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Por Publicado el: 03/11/2016Categorías: En vivo

Les Arts: Por fin El Gato Montés

Por fin El Gato Montés

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EL GATO MONTÉS, drama lírico en tres actos. Libreto y música de Manuel Penella. Reparto: Àngel Òdena (Juanillo, «El Gato Mon­tés»), Maribel Ortega (Soleá), Andeka Gorrotxategi (Rafael Ruiz, «El Macare­no»), Miguel Ángel Zapater (Padre An­tón), Jorge Álvarez (Hormigón), Cristina Faus (Gitana), Marina Rodríguez-Cusì (Frasquita). Cor de la Generalitat Valenciana. Orquesta de la Comunitat Valenciana. Direc­ción de esce­na: José Carlos Plaza. Esceno­grafía e iluminación: Paco Leal. Vestuario: Pedro Moreno. Coreografía: Cristina Hoyos. Dirección del Coro: Francesc Perales. Direc­ción musi­cal: Óliver Díaz. ­Lu­gar: Valencia, Palau de les Arts. Fecha: 30 octubre 2016 (se repite 1, 3 y 5 de noviembre).

Llegó por fin El Gato Montés al Palau de les Arts. Cien años después de su estreno (en el Teatro Principal, el 23 de febrero de 1916), la ópera en tres actos del maestro valenciano Manuel Penella (1880-1939) ha vuelto el domingo a la ciudad en que se escuchó por primera vez. Y lo ha hecho en un montaje controvertido, procedente del madrileño Teatro de la Zarzuela, cuyos desnudos aires tenebristas esquivadores de pintoresquismos no eluden, sin embargo, el flamenqueo y esos otros lugares comunes que tanto disgustaban a Alfredo Brotons, nuestro inolvidable compañero y antecesor en estas páginas, al que el Palau de les Arts ha tenido el detalle de dedicar estas funciones penellianas.

José Carlos Plaza, nombre propio de la escena española, se ha adentrado en la ópera de Penella desde una perspectiva que alterna ingeniosas soluciones de notoria belleza plástica –resuelve admirablemente la difícil escena de la corrida- con otras que rozan la añeja estética Festivales de España. Plaza enfatiza hasta el exceso los rasgos veristas de El Gato Montés –por mucho que se parezcan, Rafael “El Macareno” jamás será el Turiddu de Cavalleria rusticana-, y los combina con una estética pretendidamente minimalista que incluye elementos tan kitsch como esa horrible suerte de monumental altar dorado que desciende desde las alturas de la caja escénica con sus cornamentas y demás tópicos, y que parece un horterísimo monumento al Becerro de oro.

El trabajo de José Carlos Plaza va de menos a más. Después de un primer acto aburrido y pobre de solemnidad (de ideas y de medios escénicos), la escena crece hasta ese punto álgido que es la corrida y el trágico desenlace final, al que el director teatral madrileño aporta entidad, empaque dramático y hasta credibilidad. La parca y negra escenografía de Paco Leal, el vestuario de Pedro Moreno (¡tremendo lo de disfrazar a la pobre Soleá de monja!: la desventurada protagonista más parece así una Ursulina o la pucciniana Suor Angelica que la gitana de triángulo amoroso que tiene el corazón partío por sus dos amoríos) y la coreografía flamenca de Cristina Hoyos redondean este trabajo de tan mediocre inicio y brillante final.

            Lo mejor de la función llegó desde el foso. Esplendorosa de verdad la Orquesta de la Comunitat Valenciana, gobernada con pulso, energía y detalles de verdadero maestro por el asturiano Óliver Díaz (Oviedo, 1972), actual titular del Teatro de la Zarzuela de Madrid. La brillante orquestación penelliana encontró perfecta respuesta en una matizada lectura orquestal involucrada hasta el tuétano en la acción dramática, y que encontró su culmen en el famosísimo pasodoble del segundo acto. Sin invadir el espacio vocal, la orquesta se convirtió en cómplice y coprotagonista esencial de la representación, con una suntuosidad sinfónica que nunca robó espacio a las muy desiguales voces que surgían del escenario.

            Brilló con fuerza vocal y convicción dramática el barítono tarraconense Àngel Òdena, cuya arrolladora presencia escénica completó una encarnación sobresaliente del atormentado protagonista que da título a la ópera, el bandolero Juanillo “El Gato Montés”. Su vocalidad, oscura, intensa, honda y poderosa, se impuso en una función en la que rol e intérprete fueron dueños y señores.

            A pesar de su nombre, el tenor vasco Andeka Gorrotxategi dio vida a un idiomático, arrojado y valientemente cantado El Macareno, el altanero torero novio de la gitana Soleá. Gorrotxategi resolvió con clase y entrega las exigencias de un papel tan enraizado en lo andaluz y tan preñado de incómodas exigencias vocales. A su lado, contó con la infeliz Soleá de la soprano Maribel Ortega, que ni estética ni vocalmente da la talla para encarnar este importante rol protagonista en un espacio como el Palau de les Arts.

            La mezzo valenciana Cristina Faus volvió a triunfar en su tierra. En esta ocasión con una Gitana de altos quilates, sobrada de facultades vocales y calado escénico en ese personaje de intervenciones puntuales pero fundamentales, tan próximo a personajes verdianos como la Azucena de Il Trovatore o la Ulrica de Un ballo in maschera. Un lujo contar con la también mezzosoprano valenciana Marina Rodríguez-Cusì en el papel de Frasquita, y un error otorgar un papel de tanta y sutil vis cómica como es el del Padre Antón al veterano bajo Miguel Ángel Zapater. Significativo que pasara sin pena ni gloria un momento de tantísimo éxito como la genial lectura de la reseña taurina que hace el curita. Ni siquiera el aplauso de sus compañeros de escena propició que el público le brindara la ovación que siempre sucede a tan divertido momento. Del resto del reparto destacó el cumplido y fiel Hormigón de Jorge Álvarez.

            Bien entonados como siempre los niños de la Escolanía de la Mare de Déu dels Desemparats, preparados por Luis Garrido, mientras que el Cor de la Generalitat Valenciana volvió a dar muestra de su categoría y versatilidad. El público apenas llegó a cubrir dos tercios del aforo y estuvo frío –comprensible- durante toda la representación. Sólo al final, con el bien resuelto desenlace del drama, pareció reaccionar y se prodigó en la ovación que casi todos merecieron. Justo Romero

Publicado en Levante  el 1 de Noviembre del 2016

Un comentario

  1. El del otro día 03/11/2016 a las 10:12 - Responder

    Cómo que el público apenas llenó dos tercios del aforo. ¿Estuve yo en otra representación? Si hubo casi lleno. Eso sí, la mayoría de las butacas que carecen de visibilidad apenas se ocuparon. Pero de ahí a lo otro va un abismo.
    Y claro que el público estuvo frío durante la representación. ¿Cuantos habría en el teatro que conozcan la obra íntegra? Diez, quince. Me parecen muchos. Si Zapater en vez de interpretar la lectura de la reseña taurina canta el «Despierta negro» el teatro de hubiera venido abajo.

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