De cómo una puesta en escena puede desmerecer una gran interpretación musical o la Jenůfa de Frey en la Bayerische Staatsoper

El personaje de Jenůfa en primer plano y la sombra de Laca (W. Hösl).
El personaje de Jenůfa en primer plano y la sombra de Laca (W. Hösl).

Sórdida y decepcionante es la puesta en escena que propone la famosa directora de teatro Barbara Frey. La dirección musical de Tomas Hanus con la orquesta y el coro del teatro y el nivel de los solistas merecen otra mise en scène. Predomina encima del escenario un estatismo que no está para nada acorde con la tragedia del libretto ni con los ritmos y melodías cambiantes y llenas de matices que suben nos llegan desde el foso.

Frey sitúa la acción en un pueblo de Moravia, probablemente a partir de 1945, cuando la región se integró en la República Socialista de Checoslovaquia, y enmarca los hechos en un ambiente naturalista asfixiante. La propuesta es bastante estática y acaba por ser aburrida. Sólo en las entradas del coro –siempre desordenadas y repetitivas- se aprecia más movimiento escénico. Es hasta ridículo el poco movimiento, sobre todo en los momentos de tensión dramática, porque no son creíbles, y eso que la puesta en escena es de lo más realista.

El reparto es bastante igualado, desde los protagonistas a los papeles más pequeños, todos muy correctos en todos los aspectos. Destaca Die Küsterin Buryja, de la finlandesa Karita Mattila, que defiende una parte vocalmente exigente, aunque escénicamente es más estática, supuestamente por exigencias de la regie. Este problema lo tiene también la protagonista, la Jenufa de la británica Sally Matthews, que tiene un timbre lírico muy brillante y juvenil. Su apreciable gran profesionalidad musical no está acorde con la parte escénica. El heldentenor australiano Stuart Skelton, como Laca Klemen, tiene un timbre redondo y mucha presencia, y el eslovaco Pavol Breslik, Števa Buryja, lírico-ligero, sufre un poco en algún pasaje más agudo, pero defiende la parte con mucha corrección.

Brillante la dirección del checo Tomas Hanus. Es capaz de crear sombras y de llenar de colores el drama siendo muy fiel al lenguaje del compositor checo. Destacable el trabajo del concertino, que tiene toca solo en el acto II, y de la percusión. En general, la orquesta es rítmica, precisa, elástica, con sonidos y timbres cambiantes. Gran trabajo también del coro, tanto el masculino como el femenino.   

Esta producción, pues, no hace justicia a la ópera que le cambió la vida a Leoš Janáček, que empezó a ser reconocido a partir de su estreno en el Teatro Nacional de Praga el 26 de mayo de 1916.

Violeta Kamp