Rodelinda llega por primera vez al Teatro Real de Madrid. A pesar del creciente interés que el Barroco despierta desde hace algunas décadas, programar una obra de Händel es siempre arriesgado. El grueso de las más de tres horas de obra, como la mayoría de las óperas de su periodo, está compuesto por arias da capo en solitario, sin apenas dúos ni números concertados. Una peligrosa monotonía por la que han naufragado muchas producciones pero que en esta ocasión, gracias a un equipo artístico totalmente inspirado, ha engendrado una de las mejores producciones de la temporada.

El principal responsable del logro es el director de escena Claus Guth, que pleno de ingenio e inspiración, ha sabido realizar un giro copernicano en la asignación de papeles del libreto, colocando como protagonista a un personaje que ni siquiera tiene papel cantado: el infante heredero a la corona, Flavio. La historia se muestra desde los asustados ojos de un niño, revelando su mundo interior, repleto de las fantasías que surgen inevitablemente al asistir al asesinato de su padre y las criminales diatribas de su familia inmediata. Es la combinación de las artificiales afecciones de los adultos con las inocentes pero terroríficas alucinaciones del crío lo que acerca la historia a la audiencia. Enmarcado en un elegante escenario giratorio y con un sabio y medido uso de las proyecciones e iluminación, la tragedia y la comedia se dan la mano para construir una historia emotiva, creíble y cercana.

El cartel de actores y cantantes tiene verdaderas joyas en los protagonistas y elementos de interés en los secundarios. La estrella inesperada de la producción es Fabián Augusto Gómez, el actor que encarna a ese niño que, sin cantar, roba la atención a los cantantes en cada movimiento –y del que, como en la vida real, todos hablan y nadie mira. Lucy Crowe como Rodelinda comenzó insuficiente, seguramente por salir sin calentar, pero pronto remontó a los cielos para dar una lección magistral de buena ópera: canto impecable y ríos de sensibilidad. Su emisión es penetrante a plena voz y no menos incisiva en unos pianos repletos de afecto. Un precioso color de lírica y comodidad para las coloraturas hacen de ella una opción ideal para el papel. Frente a ella, Bejun Mehta como Bertarido, un contratenor con potencia suficiente para llenar un gran teatro de ópera y un enorme sentido dramático. Tiene un timbre amable, lejos de los artificios de otros de su cuerda, capacidad para elegantes florituras y, sobre todo, un canto sentido que se recrea en cada nota como si fuera la única. Ambos saben utilizar bien la libertad de las repeticiones, e hicieron de los da capo no solo una exhibición de pirotecnia vocal, sino sobre todo una espléndida manifestación de regocijo dramático.

El resto del elenco fue muy cumplidor aunque sin la excelencia interpretativa de los protagonistas. Sonia Prina exhibió sus características coloraturas de relieve profundo junto con notables defectos técnicos; es una de esas cantantes complejas que se aman y se odian… al mismo tiempo. Jeremy Ovenden ofreció un Grimoaldo "de cámara", interpretado con gusto exquisito pero corto de potencia. Lawrence Zazzo encarnó un cómico Unulfo a través de canto brillante y energético, que demuestra que un contratenor, además de ágil, puede ser muy robusto. Completa el sexteto de cantantes Umberto Chiummo, un malvado más actuado que cantado.

Tras un par de temporadas en el Real, sabemos que Ivor Bolton es siempre sorprendente, por irregular. Es capaz de excelentes noches y de otras más corrientes, con Rodelinda ha tenido una de las grandes. Lejos de tentadoras ortodoxias historicistas, la orquesta combinó la honestidad de los sonidos antiguos de la tiorba y el clave, con la emotividad de las texturas orquestales de una interpretación romántica. El trabajo y la complicidad con los cantantes se vio en esos da capo dramatizados que requieren una enorme flexibilidad de la orquesta.

"Necesitamos más obras como ésta" se escuchaba entre un público entregado al finalizar la función. Ha sido un éxito rotundo para el Real que, con esta joya, certifica que con inspiración escénica, buen canto e inteligencia en la batuta, la ópera barroca puede enamorar a cualquiera. 

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