The Combat: La Seattle Opera saca la artillería barroca para hablar de intolerancia

Thomas Segen (Tancredi), Tess Altiveros (Clorinda), y Eric Neuville (Testo) en The Combat. Foto: Philip Newton photo
Thomas Segen (Tancredi), Tess Altiveros (Clorinda), y Eric Neuville (Testo) en The Combat. Foto: Philip Newton

La Seattle Opera pone en escena la ópera de pequeño formato The Combat. Se trata de una creación original de la compañía con artistas locales, a partir del ballet Tirsi e Clori y el drama musical Il Combatimento di Tancredi e Clorinda, ambos de Claudio Monteverdi; y la tercera de las Leçons De Ténèbres de François Couperin.

El espectáculo propone la participación del público, que sigue la acción de pie junto a los cantantes, en dos escenarios improvisados en el edificio que hace de almacén para la compañía. La cercanía del público a los intérpretes potencia de manera notable la experiencia musical, y el esfuerzo de los creadores de The Combat (Dan Miller y Christopher Mumaw) por implicar al espectador se salda con una experiencia que cumple su objetivo de remover conciencias y alentar el debate.

The Combat es la historia de dos guerreros, un cruzado y una musulmana que, tras enamorarse (sobre música de Tirsi e Clori), se ven enfrentados en un combate (Il Combatimento) que se salda con la muerte de Clorinda. Tancredi, el guerrero cristiano, se lamenta de la muerte  de su amada mientras suena la música para dos sopranos de las Lamentaciones de Jeremías de Couperin. El cuento es narrado por el poeta Testo (Erin Neuville), que maneja a los personajes de los dos amantes como marionetas de un juego macabro que se sirve de los resortes del extremismo religioso para enfrentar a los protagonistas. Los textos de las dos primeras obras, de Alessandro Striggio y Torquato Tasso, se adaptan al inglés por Jonathan Dean para su mejor comprensión por el público de Seattle, lo que sin duda le resta valor al espectáculo, que parece más cuidadoso del qué que del cómo. Jonathan Dean, como comentamos en Opera World, ya destrozó sin piedad La Traviata que se vio en Seattle en enero, así que su facilidad para manosear los libretos no es una novedad.

El tenor Erin Neuville fue un misterioso y complejo Testo, personaje ambivalente que puede leerse bien como un fanático religioso, instigador de la violencia entre los dos protagonistas; bien como un poeta que enfrenta a sus criaturas y que sufre con ellas, para prevenir a sus lectores de los horrores de la intolerancia.

La soprano local Tess Altiveros fue una aseada Clorinda, que sacó partido de las atractivas oscuridades de su timbre. El color mate de su voz contribuyó a su vez a hacer creíble su papel de guerrera enamorada, si bien no supo hacer que el libreto en inglés sonara en estilo. El tenor de Seattle Thomas Segen actuó mejor que cantó, aunque destacó por su afinación y una pronunciación que hacía inteligible el texto, lo que se agradeció al no haber sobretítulos.  Los protagonistas sorprendieron con una efectiva escena del combate, en la que ambos se esforzaron por hacer creíble una coreografía preparada por el maestro de lucha de la Seattle Opera Geoffrey Alm. La dirección escénica, que economiza medios y resulta efectiva, es poco imaginativa y deja pasar la oportunidad de resaltar ideas que están en la música pero que The Combat pasa por alto. Debemos poner esta tendencia a lo esquemático como el debe más importante de Dan Miller, que podría haber conseguido un mejor producto con estos mimbres.

Thomas Segen (Tancredi) and Tess Altiveros (Clorinda). Foto: Philip Newton
Thomas Segen (Tancredi) and Tess Altiveros (Clorinda). Foto: Philip Newton

Durante la tercera escena, las sopranos Linda Tsatsanis y Danielle Sampson cantaron una apreciable versión de la Tercera Lamentación de Couperin, una deliciosa pieza para dos voces. La belleza de la música, interpretada con discreción por un grupo de cámara dirigido por Stephen Stubbs a la tiorba, junto al texto bíblico cantado en latín, es suficiente para justificar teatralmente esta última escena. Los versículos en inglés que recita el tenor sobre el cadáver de Clorinda resultan, por tanto, redundantes.

Al final de la obra, los espectadores somos invitados a unirnos a los artistas en el escenario. Las reacciones de los asistentes, envueltos por los melismas y las disonancias barrocas sin capacidad de escapatoria, muestran la fuerza de una música disparada al vientre, que resuena en lo más profundo.

El objetivo de la producción, provocar el debate sobre un tema de actualidad utilizando músicas de más de tres siglos de antigüedad, se consigue con creces con The Combat. Por la valentía de sus creadores y por su originalidad teatral, The Combart es un espectáculo más que recomendable, que supone un éxito para el programa de Comunicación y Promoción de la Opera de Seattle, dirigido por Barbara Lynne Jamison. Esperamos que perseveren en el concepto, y el futuro traiga experiencias igual de efectivas, pero acaso de más elevada factura.

Carlos Javier López