“¿Dónde se fue todo?”, se pregunta Olga, la mayor de las hermanas, sobre los últimos gestos, casi inmóviles, de la música. Irina está sola y Masha mira a un hombre que le recuerda que ella es su esposa. En la esperanza de que nada vuelva a ser lo mismo, todo quedó en su lugar. Ese lugar del que nadie, ni el tiempo, sabe escapar es donde se desarrolla Tres hermanas, la ópera del húngaro Peter Eötvös basada en la pieza de Chejov que el martes inauguró la temporada lírica de Teatro Colón. 

Rubén Szuchmacher como director de escena, con el diseño de escenografía y vestuario de Jorge Ferrari y la iluminación de Gonzalo Córdova, logró una puesta convincente para una ópera contemporánea en línea con la mejor tradición del género. Una pieza que por la manera en que pone en juego música, texto, espacio y tiempo bien podría considerarse una obra maestra. En el limitado margen que esa sólida organización dramática dejaba, Szuchmacher logró componer una escena con detalles mínimos, movimientos y gestos pensados con sutileza, que sumaron sin invadir. En la misma sintonía estuvo el diseño de luces y también la escenografía, en la que la inclinación en falsa escuadra de uno de los muros hacia adentro de la escena, como una amenazadora quietud por derrumbarse, resultó particularmente sugestiva. 

Estructurando la acción en un prólogo y tres secuencias, Eötvös transforma la idea de tiempo, que deja de ser lineal como en la pieza de Chejov. No hay cronología en las secuencias: primero la de Irina, la más joven y cándida de las hermanas; después la de Andrei, el hermano dominado por su esposa Natasha; y en el final la de Masha, la hermana del medio, mujer casada y cansada. Arrebatos amorosos, duelos a muerte, excusas de diversa índole y la sensación de ahogo de quienes están donde no quieren estar, se articulan como relatos que vuelven sobre sí mismos, dimensionando una espantosa inmovilidad. Esta idea se sostuvo también con un elenco de cantantes superlativo desde el punto de vista vocal, en el que si alguno se destacó sobre otros fue por mayor soltura escénica. 

Más allá de que esta puesta del Colón adoptó como alternativa utilizar voces de soprano y mezzosoprano en lugar de los contratenores indicados en el original para los cuatro roles femeninos –el único rol en travesti que se mantuvo del original fue el de Anfissa, interpretado por un bajo–, Tres hermanas pudo escucharse como un gran madrigal a trece voces, hecho de afectos y tensa inmovilidad. Como una plástica y consistente estructura vocal que se extiende sobre todas una texturas amplia, sostenida por el efecto sonoro de una doble orquesta. 

Precisamente el diseño sonoro de la escena es una de las claves de Tres hermanas. En el foso sonaba un pequeño conjunto, mientras que la Orquesta Estable, que se veía pero no participaba de la escena, se ubicaba en un palco al fondo del escenario. Ambas, comunicadas por pantallas. Eötvös depositó en ese recurso la función de diversificar los colores instrumentales, pero además de ampliar el espacio acústico a menudo creando una segunda dimensión, recurso particularmente sugestivo en la representación de un lugar del que, de una manera u otra, todos los personajes quieren escapar. La dirección musical de Christian Schumann, con Santiago Santero como segundo director, resultó ajustadísima y rindió justicia a una música despiadada en su función dramática y maravillosa en su amplitud sonora, que se recuesta sobre la proverbial musicalidad de la lengua rusa y se ajusta a un libreto implacable en su economía. 

Si el aplauso final en la noche de estreno no fue una ovación, no fue por la calidad artística de lo que se vio en el escenario. Tal vez tuvo que ver con los hábitos del público del Gran Abono, que hubiese preferido un título tradicional, con sus respectivos intervalos. Varios abandonaron la sala  durante la función y otros, como las hermanas chejovianas, se resignaron a estar donde no querían estar. De todas maneras, Tres hermanas en el Colón resultó ser una puesta al día. Porque es un título que en su momento fue anunciado para la temporada 2017 y finalmente se reprogramó para este año. Pero también porque el Teatro Colón se animó a abrir su temporada con una ópera contemporánea.