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Inicio de la temporada de ópera en el Municipal de Santiago:

Un "Don Giovanni" con final sorprendente y acrobático

miércoles, 18 de abril de 2018

Juan Antonio Muñoz H.
Cultura
El Mercurio




Funciona bien este "Don Giovanni" (Mozart, 1787). El público fundamentalmente se divierte, porque se privilegia lo giocoso por sobre il dramma , de manera que la reflexión que propone la historia es casi un aparte , que ya verá cada cual si cree o no necesario atender.

Sobre la misma planta escenográfica que en 2017 sirvió a "Las bodas de Fígaro" -un pesado palcoscenico de madera, flanqueado por varias puertas, utilizadas para las entradas y salidas de los personajes-, la régie de Pierre Constant juega con los elementos de farsa y burla del argumento, haciendo un zoom sobre ellos y desdibujando un tanto la crisis moral descrita. La opción teatral es vigorosa y desfachatada en alusiones sexuales -las que existen en la ópera misma y otras varias también, añadidos manoseos y algunos desnudos-, pero dentro de un ámbito coherente. Hay un tono sarcástico en el enfoque de Doña Anna y Doña Elvira, de manera que sus debates internos más mueven a la risa que a otra cosa, y el personaje de Don Giovanni es un tipo desagradable, poco seductor, algo saltarín de más, que no solo se contenta con seducir mujeres sino que además escupe sobre sus víctimas.

Hay múltiples ocurrencias y muchas de ellas son acertadas, como el hecho de que el Comendador sea parte de una cofradía de penitentes sevillanos de Semana Santa, de lo cual se sirve Don Giovanni para ingresar disfrazado a su casa y llegar hasta Doña Anna, forzada fuera de escena en el transcurso de la obertura. También enriquecen el trabajo dramático el juego de lazadas para la seducción de Zerlina; el uso que se da a la cortina roja que separa el escenario del foso orquestal; la luz que anuncia la presencia de ultratumba del Comendador; el cuadro post orgiástico de la fiesta a la que el protagonista invita a sus perseguidores, y el espectacular final con Don Giovanni martirizado en el aire gracias a un sorprendente cuadro de tela acrobática, realizada por un doble. Se echa en falta la estatua hablante del Comendador y resulta muy literal la cena con trozos de pollo a las brasas repartidos por el suelo.

La versión de Attilio Cremonesi es de enfoque barroco y el sonido conseguido permitió develar algunos de los detalles camerísticos que tiene la partitura y valorar el avance en digitación que ha tenido la sección de cuerdas de la Orquesta Filarmónica. El director estuvo siempre pendiente de los cantantes y esta vez sus tempi respetaron sus posibilidades. También los recitativos cumplieron con su función, consintiendo el goce por la palabra dicha. Siendo que el punto de vista escénico privilegió el divertimento, la obertura prescindió también de la hondura trágica, lo mismo que la muerte de Don Giovanni, cuyo viaje al averno se sintió sin la suficiente fuerza a pesar de la gran labor vocal del bajo Soloman Howard. Los puntos más altos del trabajo de Cremonesi se obtuvieron en el "trío del jardín" del comienzo del segundo acto; en los minuetos para la seducción de Zerlina ("Là ci darem la mano") y el que bailan los nobles durante la fiesta; en la cena amenizada por fragmentos de partituras de Sarti, Martín i Soler y "Las bodas de Fígaro", y en la fuga final, de logrado equilibrio vocal-instrumental. Muy bien el Coro del Municipal de Santiago (dirección de Jorge Klastornick), musical como siempre y del todo integrado a la régie .

Los cantantes fueron de menos a más, pues mejoraron en la segunda parte de la representación. Correcto el barítono Levent Bakirci, aunque de emisión poco dúctil y sin el atractivo culpable que debe despertar el disoluto protagonista. Simpático el Leporello del bajo-barítono Edwin Crossley-Mercer, de voz sin gran proyección, pero de canto bien conducido y que representa a su personaje con gracia y una cuota de perfidia. La soprano Michelle Bradley tiene un material opulento y de hermoso color, pero se vio incómoda como Doña Anna, en especial en sus arias "Or sai chi l'onore" y "Non mi dir"; ella podrá desplegar su indudable talento en otro repertorio (Verdi en particular, pues el suyo es un canto de desahogo mientras Mozart, en cambio, obliga a "recoger todos los caballos"). Desde su entrada, Paulina González estuvo a sus anchas como Doña Elvira; su "Mi tradì quel'alma ingrata", aria intensa y ejemplo de lirismo y canto legato , fue lo mejor de la noche. El tenor Joel Prieto (Don Ottavio) tiene una voz noble y luce una cuidada línea; su "Dalla sua pace" lo encontró algo frío, obteniendo mejores resultados en el arduo "Il mio tesoro". Zerlina y Masetto fueron los excelentes jóvenes cantantes chilenos Marcela González y Matías Moncada, y el bajo Soloman Howard resultó un lujo como el Comendador, con su voz oscura con la que puede bajar a los abismos.

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